Podría ser un estado de ánimo. Una palabra. Un hecho... No lo sé. Pero con qué pocas palabras se puede ser feliz. Hace una semana una editorial me dijo que estaba dispuesta a publicar mi libro. Al principio, no quise emocionarme. Me dije, Lourdes, con calma, nunca se sabe. Creo que en ocasiones estamos tan preparados para un fracaso que cuando nos llega una buena noticia, no sabemos cómo afrontarla. Quizás es lo que a mí me sucedió ya que hasta la noche no fui consciente de cuánto iba a cambiar mi vida a partir de ahora. En realidad, había cambiado desde el mismo instante en que decidí empezar mi libro. Pero había llegado el momento de recoger los frutos que con tanto esfuerzo había sembrado.

La oscuridad desapareció. Me di cuenta entonces de que en parte, siempre había sido así. Siempre había visto las cosas de manera distinta y como siempre había creído, las historias son como estrellas que esperan que un escritor las vea. Allí, en aquel momento, me vi rodeada de estrellas, de posibilidades y de un futuro que aunque desconocido, resulta prometedor. Cerré los ojos y me permití disfrutar de aquel instante. Con los brazos extendidos sentí la brisa acariciar mi piel. Resultaba fresca sobre mis lágrimas. Aquel contraste me hizo disfrutar aún más de ellas.
Quizás fuese un estado de ánimo. Una palabra. Un hecho... No lo sé y tampoco importa. A veces las lágrimas no son amargas. Son frías y dulces. Suaves y tiernas. A mí, me supieron a felicidad. Me supieron a sueño hecho realidad.